Uno de los argumentos sonados para justificar acciones -y situaciones cuotidianas- éticamente grises en el régimen neoliberal consiste en sacar a colación la llamada ley de la selva –en la que el fuerte sobrevive-. Este argumento que por su sencillez suele parecer concluyente no resiste a un análisis formal ni otro más profundo.
-Vamos por partes. Dijo Jack el destripador.
La ley de la selva por si sola resulta ser una grave simplificación del funcionamiento del mundo animal. Por cuanto que el león en la sabana o el águila no tengan predadores directos y por tanto se apunten en el eslabón más alto de su cadena trófica o alimenticia no significa que vivan más fácilmente o más libres que otros animales. Esta apropiación corresponde a una psicologización humana más cercana a la fantasía disneyana que a la jerarquia social o rango laboral.
La presuntas cualidades – del mayor depredador…- se esgrimen como metáforas sólo funcionales en situaciones concretas y ideales (el campeón de boxeo o el jefe de la empresa). Por su representación ideal estas situaciones sólo pueden tener coherencia pareja a la de un cuento infantil o quizás una película. Esto es muy limitado en comparación al entramado de la sociedad.
A la vez, estas cualidades nunca pueden atribuirse a un tipo de persona pues estas cualidades y estos adjetivos son posibles sólo con el lenguaje, y el mismo mecanismo de representación de estos abstractos mediante las palabras excluye significantes (y significados) únicos. Hay muchos tipos de fortaleza, altiveza o violencia que pueden promover un individuo a los privilegios del grupo, y aun cuando lo importante no es el grupo sino la supervivencia en un entorno o de una estirpe, tampoco hay un dirección única o una virtud universal. Pues hace ya tiempo que la cultura nos define más que los instintos propios de la selva.
¿Es más fuerte el maleante criminal o el inmigrante que ha venido a trabajar en el campo para ayudar a su familia? ¿Es más dominante el gran inversor de Wall Street o el científico que diseña seres vivos con la ciencia? ¿Es más violento el asesino en serie o el jefe de un ejército invasor o incluso el presidente del estado que lo aprueba? ¿Se adapta mejor a desastres un niño tercermundista o uno del primer mundo? ¿Quién resiste más en su autoestima y su camino interior, un indio amazónico o un oficinista estressado? Y en definitiva, ¿Quién tiene la formula de la libertad y la felicidad y el progresar?
¿Existe una respuesta? Pero el hecho es que el darwinismo social se hondea como argumento para mantener desigualdades e justificar privilegios y violencias estructurales. Estas violencias son posibles solo en un marco social y económico complejo. Pero sin la distancia virtual entre el inversor ávido de ganancias rápidas tuviese que hablar con la familia de cada trabajador despedido, o comprobase el daño ecológico de la tierra y tuviese que aceptar el sólo los problemas que generará a las futuras generaciones no es probable que actuase igual.
Las formas de dominación, violencia para acceder al privilegio en las sociedades modernas son deudoras de un sistema complejo donde las distancias físicas y las complejidades de la máquina económica confieren un espeso velo entre los actores. Como en un teatro de sombras no vemos a los actores. Lo imaginamos pero siempre al respaldo de el público, que a su vez es otra sombra. Y por supuesto otra característica del velo es que nos previene de creernos responsables. Como en el cine, las dos horas representan una historia de la que por un lado consumimos ávidos de sentimientos y imaginación; y por otra disfrutamos sólo desde las butacas y las palomitas. Puesto que si estirásemos el hilo de todos sus actos y desenlaces su duración seria muchísimo más larga o como la vida misma’. Y como en una película no decide el individuo a quien empalizar, quien ve como sus contemporáneos o iguales, y por tanto su grado de sociedad y quizás un poco más allá también su responsabilidad y sus principios morales.
Del neoliberalismo esgrimiendo la asimilación a la teoría evolutiva de Darwin es entonces una representación de las muchas narrativas que hay por escoger, una historia idealizada no más real que los animales hablantes de disney.
Partiendo del principio de que el mejor adaptado es quien consigue perpetuar su estirpe, también es quien obtiene mejor posición. Lo que se obvia es que esta posición buscada necesita una sociedad aceptada. Puesto que somos animales sociales, los límites de nuestra consciencia están en la sociedad que habitamos. Y al hacer esto consentimos a una responsabilidad social y para que sea pertinente con nuestra conciencia –cuyo grado de seriedad no podemos escoger porque tampoco podemos no escoger al yo que toma sus decisiones en la coherencia de su ser (-o en terminos sartreanos, el ser-para-sí es la forma de conocer al ser-ens-sí), e ignorar esto conllevaría una escisión de la persona consciente... Pero incluso los griegos sabían diferenciar los mitos de la realidad, y no por eso dejaban de buscar razones científicas para explicar el mundo.
Y si nos paramos a pensar esto, vemos que en la carrera neoliberal la sociedad aceptada debe necesitar mucha miopía y distracción para no dar-se cuenta que ha perdido su coherencia.
Y atacar los argumentos tipo darwinismo liberal, es importante para recuperar la unidad del yo actual. Porque (intento concretar) al usar la razón para atacar las irracionalidades de discursos formales nos armamos poco a poco con una sustantividad sustancial que reviste la psique humana. Porque al perder la racionalidad perdemos la capacidad de construir la realidad, y la izquierda parece no encontrar sus verbos.
Partiendo de racionalidad para intentar comprender nuestra irracionalidad como sujetos políticos y sociales, aunque se deba hacer paso a paso, o incluso frase a frase, sirve para recuperar también la dimensión política de la cultura (todo lo que cabe) y volvemos a dotar de sentido del actuar. Pues quizás la post-modernidad sí nos quito los discursos y nos dejó en figuraciones e imágenes [Scot Lash, Sociología del posmodernismo, 241~246], pero esto no debería quitar-nos la necesidad de cohesión de nuestras vidas.
Esto es el principio de feria, un sociedad que pocos habitan pero que todos queremos ir a visitar de vez en cuando para reafirmar la visión divertidamente-monstruosa que necesitamos para vivir en la civilización económica. Des de la distancia la vemos y visitamos e incluso algunos nos ven en ella. Es un espectáculo esperpéntico que creemos conocer pues queremos encontrar el sentido de nuestra sociedad y nuestro estilo de vida. Buscamos en sus feriantes y sus atracciones la coherencia perdida en nuestros actos, en nuestra sociedad. Su exaltación es de la misma intensidad que nuestra desazón. Y mientras miramos monstruos y excentricidades nos sentimos normales y morales, y ocupamos nuestra tiempo libre en asombrar-nos aunque lo que queremos sobrellevar es el horror que esta fuera de la feria. E incluso sin saber-lo puede que otros nos consideren el espectáculo.
Hola Veblen:
ResponderEliminarTe hemos citado en nuestro programa "¿Quién tiene miedo a Arquímedes?" del programa de radio Una Línea sobre El Mar. Te dejo el link por si quieres escucharlo (http://www.unalineasobreelmar.net/2010/05/25/%C2%BFquien-teme-a-arquimedes/).
Un saludo.